Alejandro Matty Ortega/Irreverente Noticias
Luis Carlos Chávez Rivera es finalista del Premio Estatal de la Juventud 2023 en Sonora.
A principio de año, el joven escritor de la colonia Altares, participó y ganó el tercer lugar en el Primer Concurso Estatal «Un Cuento para el Bienestar de la Fauna Sonorense 2023».
Lo anterior cuando Luis Carlos cursaba el tercer año de prepa y acudía al Cedart «José Eduardo Pierson».
Este miércoles fue citado a una reunión con el resto de los finalistas participantes.
Luis Carlos acaba de terminar su último poema titulado «Sonora»:
Sonora
Abre las manos y toma cristales
de agónicas nubes cayendo en tu vientre.
Es la promesa de instantes endureciendo
tu rostro de luz,
tus llagas de luz.
Un torrente traslucido nos atraviesa a todos
los que alguna vez fuimos algo dentro de ti,
plumaje eterno de golondrinas.
Porque si alguna vez hubo algo
como llamarse árbol,
lirio, rosa o cactus;
no debe de esconderse
de la pólvora
de la conciencia,
o traicionar nuestra sangre de sierras amadas,
o matar a los ríos y baldíos con sonoros
alaridos al alba.
Los que en ti sepultan
como sepultan las laderas
tierra entre las montañas muertas,
serán polvo entre el polvo de las vastas
mareas de tu desierto.
Y todo se reformara,
y no habrá sino luces de agrias medallas
y un océano de acero en el cual
sumergir tus penas de piedra con claveles de sol.
Ya antes, Luis Carlos decidió mostrar su talento como novel escritor.
Luis Carlos abrió su corazón de poeta a la Literatura desde los 10 años.
Recuerda que fue en Quinto Grado de Primaria cuando la imaginación, la emoción, el sentimiento y las letras latieron al unísono y se convirtieron en una expresión literaria.
Desde niño, aprendió a escribir poemas, cuentos, ensayos y cartas.
Sonora y Hermosillo son su poesía, su nostalgia, su hogar y le duele saber lo que los adultos hacen con sus animales, sus árboles y sus ríos.
Luis Carlos engalana su cuento con una Metáfora que sorprende, envuelve, maravilla, cautiva y transporta a quien aprecia la Litetatura, la Poesía, la Prosa, la Narrativa, la Palabra, la Letra.
Al joven poeta le duele «hasta el viento que pasa» y ve con tristeza «el cáncer de los ríos muertos».
El Río Sonora, se viene a la mente del reportero.
Luis Carlos aprendió a amar las palabras, a respetarlas.
Aprendió a jugar con ellas, a crear mundos imaginarios donde podía ver más y mejores futuros.
Aprendió a leer el mundo con otros ojos, a descubrir su belleza y su misterio.
La frase que marcó su vida es:
«Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra».
Y escribe porque es su «forma de luchar, de resistir, de esperar».
Luis Carlos recibirá su premio estatal por su cuento corto «Aullidos».
Hoy, el joven de 19 años estudia la carrera de Derecho en la Universidad de Sonora.
Pero, ¿quién es Luis Carlos Chávez Rivera, el joven corazón de poeta de la colonia Altares de Hermosillo, Sonora?
Para conocerlo, sólo basta disfrutar la forma literaria de la narrativa de su semblanza:
«Nazco en la calurosa ciudad de Hermosillo, Sonora, cuna de mis sueños.
Hermosillo me parecía una ciudad particularmente eterna: sus caminos, que siempre llevaban a direcciones desconocidas en la infancia, se dividían en infinitos y hermosos detalles.
Recuerdo la intensidad de los colores de la niñez; cuando la lluvia transformaba el paisaje, del amarillo eléctrico al verde cálido, del aroma a tierra mojada al sabor de una coyota y café con leche.
Fue en Quinto de Primaria cuando la Literatura me abrió sus puertas.
La maestra Ely Tirado nos hacía leer después de terminar nuestras actividades.
Leíamos libros divertidos que me hacían carcajear hasta no poder más, cuentos maravillosos.
Recuerdo con especial nostalgia ‘El príncipe feliz’ de Oscar Wilde, era un cuento que me hablaba de la bondad, del sacrificio, de la belleza que se esconde en lo pequeño, cuento que sigo leyendo y releyendo hasta el día de hoy.
También revistas de naturaleza donde veía las fotos de maravillosos animales y paisajes desérticos que me recordaban siempre a los viajes por carretera, atardeceres y todo el paisaje de esta, nuestra ciudad.
Sonora y Hermosillo son mi poesía, mi nostalgia, mi hogar.
Y es por eso que me duele tanto saber que sufre, saber lo que hacen con sus bellos animales, sus árboles y sus ríos.
Es por eso que a veces me duele hasta el viento que pasa y veo el cáncer de los ríos muertos.
Así crecí entre libros y naturaleza, entre sueños y realidad.
Aprendí a amar las palabras, a jugar con ellas, a crear mundos imaginarios donde podía ver más y mejores futuros.
Si hay una frase que me haya marcado a lo largo de mi vida es:
‘Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra: El adjetivo, cuando no da vida, mata’, de Vicente Huidobro.
Aprendí a escribir poemas, cuentos, ensayos, cartas.
A expresar lo que sentía, lo que pensaba, lo que quería.
A comunicarme con los demás, a compartir mis ideas, mis emociones, mis experiencias.
A leer el mundo con otros ojos, a descubrir su belleza y su misterio.
Aprendí a ser yo mismo, un hijo de esta tierra, un hijo de Sonora, un hijo de la naturaleza. Y es por eso que hoy escribo, para compartir mi amor, para defender mi tierra, para honrar mi historia.
Escribo porque es mi forma de vivir, de sentir, de ser.
Escribo porque es mi forma de luchar, de resistir, de esperar.
Escribo porque es mi forma de amar.
Escribo porque nací en Hermosillo».
«Aullidos»
Un palo verde mece sus ramas bajo las tenues nubes, el sol se oculta en el horizonte.
El Lobo Gris aúlla de hambre y sed, esas dos cosas que rindieron a su manada tiempo atrás.
Él sigue adelante –solo–, movido únicamente por un instinto que no entiende y la esperanza de algo más allá de las rocas y la arena.
El Lobo busca refugio en la ladera.
El cuerpo quiere entregarse al descanso, pero el hambre es feroz, como una garra que raspa al estómago, retorciéndolo para exigir ser saciada.
Una noche más de insomnio que se tiñe de melancolía, el Lobo piensa en la manada perdida, en las presas de tiempos idos y en los arroyos desvanecidos.
La ladera llora esa noche.
Es de mañana en la montaña desierta.
El Lobo camina siguiendo el sol, su brillo le roza el pelaje, le da motivos para acercarse a él.
Sabe que no aguantará mucho con esta hambre y con esta sed, pero su determinación es ciega, y su esperanza fuerte.
Continúa avanzando, paso a paso sus patas flaquean, está fatigado, el viento sopla en su contra.
A medio día su cuerpo ya no puede más, cae violentamente contra el suelo.
Piensa en su final, siente que el tiempo se detiene y le muestra su historia, repasa con nostalgia su vida, hasta que es interrumpido por un lejano rumor.
Con sus últimas fuerzas camina lánguido hacia la fuente del sonido.
Era el murmullo de un río que fluía entre los cerros.
Arrastrándose con sus patas delanteras logra llegar a la orilla, el agua cristalina sólo reflejaba el brillo del sol situado en lo alto del cielo.
Rodeado de mezquites, guayacanes y palo verdes, el Lobo bebe hasta saciarse.
Siente la terneza del río y un alivio le recorre todo el cuerpo.
El lobo cae desmayado.
Al despertar, el Lobo levanta su cabeza y mira el agua que reflejaba las estrellas.
Siente algo, algo que nunca había sentido, una gratitud profunda, una conexión con el río, casi como si fuera parte de él.
–¿Quién eres?, preguntó el Lobo con una expresión de asombro y admiración en sus ojos.
–Soy el Río Sonora, el que da vida a esta tierra –dijo–.
¿Tú qué eres?, ¿cuál es tu esencia?
El Lobo se quedó sin palabras al escuchar la voz del Río, reflexionó durante varios minutos, recordó a su manada, los tiempos que pasó con ella.
–Yo soy un lobo, respondió al fin–.
Fui un cazador, un viajero, un protector.
Ahora estoy solo, hambriento, sin rumbo.
Pero hoy me siento diferente, me siento agradecido contigo.
Me has dado vida a mí, a esta tierra –dijo señalando con la mirada el paisaje que los rodeaba–.
Gracias.
El Lobo inclinó la cabeza, el Río continuó fluyendo hasta la mañana.
Unos peces se acercaron a la orilla del Río, el Lobo, recuperado de su sed y de su sueño, arremetió contra ellos ferozmente, devorándolos.
Después de saciar su hambre, el lobo le dijo al Río:
–Disculpa por matar a los animales que en ti habitan, sé que tú no entiendes el hambre, das vida a todo lo que te rodea.
Yo la quito, no merezco estar contigo –dijo el Lobo con la cabeza baja y la mirada en el suelo.
–No te disculpes por ser lo que eres–, le dijo el Río–.
Tú también eres parte de la naturaleza y tienes tu lugar en ella.
No eres un asesino, eres un superviviente.
No eres un intruso, eres un amigo.
No me quitas nada, me das mucho –dijo el Río con compasión y sabiduría-, vivir y morir son formas distintas de existir, mereces estar conmigo y con todos los seres que viven y mueren en este mundo.
Al escuchar sus palabras, el Lobo comenzó a llorar, sintió paz y alegría, su corazón latía fuertemente por el Río.
No podía creer que después de todo este tiempo, hubiera encontrado lo que no sabía que estaba buscando.
El Lobo se acercó más y el Río se detuvo para dejarse beber.
Pasaron los días y las noches, el Lobo se bañaba en el Río que lo acariciaba con sus corrientes.
El Río contaba historias de otros tiempos, donde la Naturaleza abundaba y el equilibrio lo era todo.
Le enseñaba los secretos del tiempo y del mundo.
El Lobo le confiaba sus tristezas, sus miedos y su lado más vulnerable.
Se habían vuelto inseparables.
Hasta que un día, mientras el Lobo bebía el agua del Río, notó un sabor raro y amargo.
Su agua ya no era cristalina donde el sol se reflejaba, ahora arrastraba un color grisáceo y opaco.
–Estoy enfermo, dijo el Río con una tristeza profunda
Mi agua ya no da vida, la quita.
Necesitas alejarte lo más posible de mí, buscar otro Río y beber de sus aguas.
Estar cerca de mí sólo te hará daño.
El Lobo se enfureció al oír las palabras del Río, y dijo:
–¿Cómo puedes decir eso?–, la voz le temblaba, estaba a punto de romperse.
No puedo dejarte solo en tu sufrimiento, no puedo abandonarte cuando más me necesitas.
¡No me importa lo que pase con tu agua!
–No lo entiendes, morirás como todo a tu alrededor, ¡vete y déjame solo!, gritó el Río.
–Tú alguna vez me dijiste que vivir y morir son formas distintas de existir, dijo el Lobo sollozando.
Yo sólo quiero existir a tu lado, de cualquier forma.
No tengo miedo de morir, tengo miedo de vivir sin ti.
–¿No hay nada que pueda hacer para hacerte cambiar de opinión?, dijo el Río llorando, con sus aguas cada vez más turbias.
–¿No te das cuenta que te quiero?
–Entonces quédate conmigo, dijo el Lobo con compasión.
Y así llegó el día en que el Lobo tuvo que partir.
Su cuerpo se debilitaba y su alma se consumía.
Se alejó silencioso, mientras el Río dormía.
–Adiós, susurró el Lobo con lágrimas en los ojos.
Caminó sin rumbo hasta que estuvo lo suficientemente lejos, se perdió en la noche, sin esperar la luz.
Un palo verde mece sus ramas quebradizas bajo las nubes negras que ocultan las estrellas.
El Lobo Gris, nunca aúlla por última vez.